Juan Wesley nació el 17 de junio de 1703, en el hogar de un
ministro, y siendo el decimoquinto hijo. No solamente su padre era ministro,
sino que también lo habían sido su abuelo y su bisabuelo.
Todos los hijos de la familia Wesley eran de muy buenos
modales, y muy educados, a pesar de ser sumamente pobres. La madre de familia
era también la maestra. Les enseñaba las materias escolares, a la vez que les
impartía una educación cristiana excelente. Cada una de las hijas aprendió el
griego, el latín y el francés, así como lo necesario para los quehaceres
domésticos. Los niños fueron enseñados a ser amables unos a otros, así como con
los sirvientes y vecinos: algo muy raro en aquellos días.
A pesar de que Susana de Wesley fue una madre muy ocupada,
se hizo el propósito de dedicar un tiempo especial para cada hijo, cuando éste
cumplía los cinco años, con el fin de enseñarle el alfabeto. En cada caso, tuvo
éxito.
Un día cuando Juan tenía sólo seis años, la vieja casa
pastoral se incendió. Mientras la casa ardía, toda la familia escapó, excepto
el pequeño Juan. Su padre estaba a punto de volver a entrar corriendo otra vez,
para buscar a su hijito, cuando pareció que la casa entera estaba a punto de
desplomarse. Durante todo lo ocurrido Juan había continuado durmiendo, ajeno a
lo que acontecía. Pero cuando la casa se derrumbó, el estrépito lo despertó y
le hizo corre hacia la ventana. No había ninguna escalera a la mano, de modo
que uno de los vecinos se subió a los hombros de otro, y de esta manera
lograron rescatar al niño, justo en el momento en que el techo se venía abajo.
Esta experiencia quedó profundamente grabada en la memoria de Juan Wesley.
Sentía que Dios le había salvado la vida con algún propósito especial.
La Sra. de Wesley procuraba dedicar algún tiempo a cada uno
de sus hijos, cada semana. También halló tiempo, o más bien dicho, hizo el
esfuerzo para hallar tiempo, para hablarles a cada uno de ellos acerca de Dios,
y de cómo orar y de cómo agradar al Señor. Jueves por la tarde era el tiempo
dedicado a Juanito. Esto hizo en él una honda impresión. Se acordaría de ello
un cuando se fue a la universidad de Oxford par estudiar. A menudo le escribía
a su madre, y le recordaba que pensara en él los jueves por la tarde.
Cuando Juan tenía diez años, su padre lo llevó al Colegio de
Charterhouse, en Londres. Allí recibió una excelente educación; una de las
mejores que se podían obtener en cualquier parte, en aquellos días. Estudió
lenguas clásicas, matemáticas y ciencias.
Al graduarse en Charterhouse, a los diecisiete años, ingresó
a la universidad de Oxford. Por primera vez, en su vida, nadie lo mandaba;
ahora era su propio patrón. A pesar de estar rodeado de otros estudiantes que
tomaban licor, que jugaban al azar y llevaban una vida de inmoralidad, Juan
demostró que la instrucción cristiana recibida en el hogar no había sido en
vano; así que llevó una vida buena y limpia.
Wesley hizo muchos amigos durante su estadía en la
universidad. Tenía un ingenioso sentido del humor, y una excepcional habilidad
para escribir poemas. Era el que ponía la chispa en cualquier reunión social, y
era siempre bienvenido en los hogares de sus compañeros de estudio que vivían
en las aldeas cercanas.
Siguiendo las pisadas de su bisabuelo, de su abuelo y de su
padre, aun Wesley decidió hacerse ministro. Predicó su primer sermón en una
pequeña iglesia en la aldea de South Leigh.
Después de obtener su bachillerato, y después de pasar algún
tiempo ayudando a su padre en Lincolnshire, Wesley fue elegido para el cargo de
Compañero de la universidad de Lincoln. Compañero era el nombre dado a un
dignatario de alto rango, y Wesley desempeño tal cargo con honor para sí mismo,
y para la universidad, durante veinticinco años.
Fue en aquel tiempo que Juan Wesley comenzó a desarrollarse
como predicador anglicano, creyendo en todas las formalidades y ceremonias de
la iglesia oficial de Inglaterra, y también en disciplina severa. Se levantaba
a las cuatro de la mañana, ayunaba con regularidad, trabajaba duro y sin
descanso, y demandaba de su fuerte cuerpo un esfuerzo casi hasta el límite del
colapso. Visitaba a los presos en las cárceles, que eran lugares terribles en
aquellos días; y procuraba suavizar todo lo posible la vida de los prisioneros
por donde quiera que fuera. También enseñaba a los niños que no tenían que los
cuidara. A pesar de toda esta incesante e incansable actividad religiosa, y
aunque predicaba sermones preparados con esmero, no podía dejar de sentir que
su vida era estéril. No atraía a multitudes. No influía en ninguna vida ajena.
No despertaba ninguna conciencia. No hacía arder a ningún corazón.
Pasado algún tiempo Carlos, el hermano menor de Wesley,
ingresó a la universidad de Oxford, y con algunos otros de los estudiantes más
serios, formaron un grupo, al que algunos apodaron "el club santo".
Se reunían para orar, para estudiar la Biblia, y comentar sobre lo que habían
leído y meditado. Eran muy metódicos en su asistencia a los servicios de
comunión, y como resultado de sus prácticas tan ordenadas, sus compañeros
comenzaron a llamarles los "metodistas".
En octubre de 1735, Juan Wesley y su hermano Carlos viajaron
a América. Juan iba a servir como capellán en la ciudad de Savannah, en la
colonia de Georgia, en tanto que Carlos iba a desempeñar el cargo de secretario
del fundador y gobernador de la colonia, el general Oglethorpe. Juan hizo
planes para celebrar servicios, visitó cada hogar, y estableció una escuela
para los hijos de los colonos. Trató de enseñar a los indígenas, para éstos no
aceptaron en nada sus esfuerzos. Se mantenía sumamente ocupado, pero no era de
ningún modo popular. Todo el tiempo, en el fondo de su alma, estaba buscando
una verdadera fe en Dios.
Entretanto, Carlos Wesley se las había ingeniado para
enredarse en una sería disputa con el gobernador, y como resultado, regresó a
Inglaterra. Después de haber estado en Georgia menos de dos años. Juan siguió a
su hermano, regresando también a Inglaterra. La aventura de Georgia, iniciada
con tan doradas esperanzas, se había tornado en un amargo fracaso.
Tanto Juan como Carlos Wesley había hecho ya su profesión de
fe en Cristo, pero ni el uno ni el otro sentían que estaban consagrado de lleno
al Señor. Una y otra vez Juan leía la historia de la conversión de Pablo, y
oraba pidiendo obtener él también una luz deslumbrante, y una creencia segura
de haber sido aceptado como un siervo de Cristo, su Salvador. Esta ansiedad fue
la que los condujo a emprender su búsqueda espiritual, y eso les trajo una
seguridad completa de su fe en Cristo.
Desde aquel día en adelante, todo cambió para Juan Wesley.
Quería, sobre todo, compartir su experiencia de conversión con otras personas
que parecían no tener el verdadero gozo en el Señor. Trató, en seguida, de
predicar en algunas de las iglesias establecidas de Inglaterra. La gente acudió
en multitudes para escucharle. El mensaje que predicaba era tan sencillo, tan
directo y tan convincente, que tanto hombres como mujeres, sintiendo la carga
de una vida pecaminosa, clamaban arrepentido perdón a Dios.
Sin embargo, otros clérigos no aceptaban su mensaje. Pronto
halló que le sería necesario conseguirse un sitio propio para poder predicar,
al aire libre. Así lo hizo, y centenares de personas siguieron reuniéndose para
oír los mensajes de Juan Wesley.
Entonces empezó su ministerio, a caballo; viajando de arriba
abajo por las carreteras de Inglaterra, para predicar a la gente el evangelio
de Cristo. Era valiente y osado. Predicaba en cualquier edificio, grande o
pequeño, que se pudiera conseguir. Cuando no había ninguno disponible,
predicaba al aire libre, en cualquier lugar en donde se podía reunir la gente.
Siempre estaba dispuesto a predicar, aunque lo escuchara solamente una persona.
Cuando viajaba solo, dejaba suelta las riendas del caballo, con el fin de poder
leer. De esta manera se mantenía al día en cuanto al estudio, y componía sus
numerosos sermones.
En vista de que no se le permitía predicar en las iglesias
establecidas de las parroquias, Wesley decidió edificar capillas y lugares de
predicación en los distintos lugares que visitaba. Habiendo diseñado estos
edificios de modo que sirvieran no sólo como iglesias, sino también como
escuelas, le fue posible ayudar también a muchos niños abandonados y
desprovistos de instrucción. En algunas de esas capillas también construyó
algunas habitaciones, en donde podían alojarse los evangelistas ambulantes, que
no tenían en donde pasar la noche. Además, había un establo para un par de
caballos.
Por dondequiera que iba, y a veces miles, de personas se
reunían para escucharle predicar. Juan Wesley se dio cuenta de que no le sería
posible continuar haciendo tan magna obra solo, así que empezó a valerse de la
ayuda de algunos predicadores laicos. Estos hombres predicaban los domingos, y
seguían trabajando en sus empleos acostumbrados durante la semana. Se les
pagaba poco, vestían pobremente, les faltaba instrucción, y carecían de buen
alojamiento: sin embargo, tenían intrepidez de héroes. Recorrían grandes
distancias, principalmente a caballo, pero a veces a pie. Enfrentaban amarga
persecución. A menudo las autoridades los reprendían, y a veces los
encarcelaban.
Wesley tenía un interés particular en la niñez y en la
juventud, y muchas veces, al entrar en algún pueblo, los visitaba antes de
comenzar sus reuniones. Nunca se cansaban de decirles a ellos, así como también
a los adultos, que lo que debían hacer era "creer, amar y obedecer."
Debido a que su interés en la juventud, más tarde pudo proveerles hogares,
escuelas y reuniones juveniles en las iglesias.
Había poco ricos en Inglaterra. Mucha gente vivía bien, pero
gran parte de la población carecía de empleo, o no recibía el sueldo merecido;
así que la mayoría era sumamente pobre. Vivían en casas insalubres, y los hijos
no tenían ni comida ni ropa suficiente, y, por lo general, carecían de instrucción.
Juan Wesley nunca se tapó los oídos, ni se hizo de la vista gorda, en cuanto a
las necesidades de los que tenían menos que él. Vivía con frugalidad, con el
fin de tener algo para dar a los menesterosos.
Al crecer la obra, Wesley hizo arreglos para que otras
personas se encargaran de las actividades en beneficio de la gente necesitada.
Estableció orfanatos, en donde se educaba y se cuidaba a los niños. Logro
hallar posada para algunas señoras ancianas, e hizo arreglos para que se les
cuidara. Fundo un dispensario médico, y aun distribuyó personalmente la
medicinas. Los metodistas más prósperos contribuían con donativos de dineros,
ropa, comida y leña; lo cual era llevado a los hogares de la gente enferma o
pobre.
El ministerio de Wesley no se limitó a Inglaterra. También
viajó a Irlanda, a los Estados Unidos, a Canadá y a las Antillas. En todas
partes grandes multitudes llegaban para escucharle.
Dándose cuenta el gran valor de la literatura, y siendo un
erudito él mismo, Juan Wesley escribió casi cuatrocientos libros y folletos,
sobre diversos temas; tales como teología, historia, lógica, ciencia, medicina
y música. Escribió muchos libros devocionales, los cuales distribuía entre la
gente que encontraba. Estos fueron publicados en ediciones baratas, de modo que
la gente tuviera la oportunidad de comprarlos. Esta obra creció tan
rápidamente, que Wesley finalmente estableció su propia casa publicadora. En
ella también fueron impresos centenares de himnos, muchos de los cuales habían
sido compuestos por su hermano Carlos.
El 2 de marzo de 1791, a la edad de ochenta y ocho años,
Juan Wesley acabó su carrera. No obstante, lo que él empezó ha seguido adelante
por medio de la Iglesia Metodista, durante más de doscientos años. Dios bendijo
la vida y el ministerio de este hombre santo y consagrado, quien tenía un solo
deseo, el cual es, el de predicar el evangelio de Cristo, instándole a la gente
a creer, amar y obedecer.
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Fuente: La Internet
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