Propiedades, oro, plata, piedras preciosas, etc., pueden ser
valoradas en dinero, pero ¿quién podrá poner precio a la vida de un niño? Sin embargo, es una verdad muy dolorosa, porque a pesar de que el niño es la
propiedad de más valor en el hogar, es el que más se descuida. Puede ser
que se cuide de que el niño tenga la comida que necesita, la ropa que debe
ponerse y que se suplan todas sus demás necesidades físicas, pero ésta es sólo
parte de su responsabilidad como padres cristianos. Pero con gran
frecuencia se encuentra que el hogar cristiano ha olvidado su deber más
importante: velar por el desarrollo espiritual del niño.
De todos modos los factores que entran en la formación de un hogar
cristiano, el niño consume más tiempo, dinero, amor, oración y cuidados que
todos los demás combinados. Esto es cierto en un hogar donde el cuidado
del niño es tomado con la seriedad y responsabilidad que es planteada en la
Palabra de Dios.
La tarea más importante que los padres tienen es el cuidado de su
hijo. En esta responsabilidad, muchas veces, se le da preferencia a los
negocios, placer o comodidad. Dios habla a los padres de la misma manera
como la princesa de Egipto habló a la madre de Moisés: “Lleva a este niño y
críamelo, yo te lo pagaré” (Éxodo 2:9).
¿Hasta qué punto deben los padres sacrificar su propio placer y comodidad
por el bien de su hijo?
Los padres pueden llegar a convertirse en esclavos de los deseos caprichosos
de sus hijos. El sacrificio debe hacerse siempre que sea por la
satisfacción de sus necesidades, las cuales son esos factores que contribuyen a
su bienestar físico, su desarrollo mental y la formación de su carácter.
Estos nunca deben ser sacrificados por el placer o comodidad de los padres. El niño es la mayordomía más significativa no sólo porque él hace las
demandas más grandes, sino porque él provee las posibilidades creativas más
sublimes.
Cuando los padres traen una nueva vida al mundo, también vienen con ese bebé
nueva responsabilidad con un potencial sorprendente. Una vida ha sido
prestada a los padres. Esta vida será moldeada y formada según los patrones
o modelos de conducta, conversión y maneras de vivir que ya existen en la forma
diaria de vivir de los padres. El medio ambiente del hogar no fija el
destino eterno del niño, pero sí ejerce una marcada influencia en lo que será
después.
¿Son los padres responsables en la formación del carácter
del niño? (Véase Proverbios 22:6).
Los padres proveen el medio ambiente del hogar y el
ejemplo. Estos dos factores no forman, pero sí tienen una influencia
definitiva en la formación del carácter del niño. No hay duda que en la
vida de Timoteo, el ejemplo y las enseñanzas de su abuela Loida y de Eunice, su
madre, tuvieron una gran influencia en prepararlo para su ministerio fructífero
con el apóstol Pablo (II Timoteo 1:5).
Algunos padres dominan de tal modo a sus hijos que no
permiten que ellos desarrollen su propia personalidad. Esto es
incorrecto, y puede corregirse por medio de un esfuerzo sincero de parte de los
padres de desarrollar en el niño una personalidad que se asemeje a la de Cristo
en vez de que sea a su propia semejanza.
Si deseamos que el niño sea veraz, sincero, amoroso,
trabajador, honrado, temeroso de Dios, respetuoso y que tenga todas las demás
cualidades buenas, no las aprenderá en la calle o en la escuela, ni con los amigos
o maestros, ni cuando ya sea un joven; las aprenderá de sus padres por medio
del ejemplo que éstos le hayan dado desde que ese niño llegó al hogar.
Muchas veces somos cuidadosos de nuestro testimonio, palabras y hechos, cuando
estamos fuera del hogar, pero nos olvidamos que nuestro ejemplo como cristiano
dentro de él es de gran valor también. Todo padre debe recordar que sus
hijos están aprendiendo de él aún antes de que ellos puedan hablar o caminar.
El niño es la mayordomía de mayor responsabilidad porque
él demanda cuentas de valor eterno, un alma de incontable precio. Dios puso muy alto el valor de un alma, a tal grado que
dio a su propio y único Hijo para que derramara su sangre en la cruz del
Calvario para redimirla. Con cada niño, Dios ha encomendado una vida que debemos
cuidar, nutrir y ayudar a que se desarrolle hasta que llegue la madurez.
No es un regalo, sino un préstamo. Cada niño es un “talento precioso” que
podemos invertir para la gloria de Cristo o que podemos descuidar y aún hacer
como aquel que enterró el talento (Mateo 25:14-30). La delincuencia juvenil sería uno de los problemas
menores si todos los padres se tornaran a Dios, aceptando completamente su
responsabilidad de nutrir y disciplinar a sus hijos y estar conscientes de
que tendrán que dar cuenta a Dios de lo que hicieron con esos “talentos
preciosos”: los niños que les fueron encomendados.
¿Hará Dios responsable a los padres por la conducta de
sus hijos? Él lo hará. Una adecuada ilustración se encuentra en la
historia de Elí y sus hijos. Él permitió que ellos deshonraran el nombre
de la familia y trajeran vergüenza sobre el nombre del Señor. Elí no supo
disciplinar a sus hijos en las faltas que cometían (I Samuel 3:13; lea también
Proverbios 22:15; 23:13-14; Hebreos 12:9). El hogar cristiano no es un lugar donde sólo se come
y se vive. Es un lugar sagrado, donde el padre sirve de líder religioso y
donde se lee y se reverencia la Palabra de Dios. Es un refugio contra las
tormentas y las dificultades de la vida. La confusión y las
desesperaciones de la vida son superadas con la ayuda de Dios y su Palabra.
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